miércoles, 5 de noviembre de 2008

El Malva

En la juventud se soporta mal la soledad.
Manuel Pérez Subirana, Lo Importante es Perder.


Siempre he creído que las mejores fiestas son en jueves por la noche.
El hecho de que al día siguiente tengamos que trabajar o ir a la escuela, nos obliga a disfrutar al máximo, pues no hay nada peor que lamentarse —el viernes a medio día y crudo— por haber asistido a una fiesta aburrida o por no haber intentado ligarse a la más guapa.
En jueves, todos los animales nocturnos son temerarios.
Bueno, al menos eso quiero pensar. O tal vez, después de todo, esta teoría —que apunté en mi Moleskine en el baño del bar Malva, en la colonia Roma— sólo fue un pretexto para justificar mi actitud de la noche del jueves pasado.
A Edmundo le llegó la invitación para asistir a esta fiesta al mail del periódico porque un editor de la sección de cultura, que también es DJ, iba a tocar en el Malva.
Edmundo me explicó que era una fiesta por la inauguración de una página porno mexicana y que el código de vestimenta era ir como porno-star o con disfraz de Halloween.
Odio los disfraces, pues todo el tiempo intento simular que estoy feliz. Así que con mi sonrisa-disfraz pasé por Roberto, el relativamente nuevo reportero de la sección, y nos dirigimos al bar para encontrarnos ahí con otros amigos/as del periódico.
Dos horas después, ya dentro del Malva —paredes oscuras, pista con una jaula en el centro, música electrónica a todo volumen—, la multitud era un colage de tribus urbanas; su vestimenta era tan extravagante que me sentía anticuado con mis jeans y mi playera.
Mientras me explicaban que el evento esperado de la noche era una rifa patrocinada por el sexshop Erotika, en la que regalarían cualquier tipo de juguetes, una chica de peluca azul pasó varias veces frente a la mesa y nuestras miradas se cruzaron.
La fiesta se puso bastante gay. Había drag queens y sujetos que sólo portaban una especie de truza que sólo les tapaba los genitales y les dejaba las nalgas al aire; otros estaban en boxers y con botas altas, etc.
Sin embargo, las bellas amigas de los homosexuales también hicieron acto de presencia y, ¡gracias Halloween y gracias fiesta porno!, iban vestidas de enfermeras, mucamas, porristas, colegiales. Ustedes nombren la vestimenta de su fantasía y ahí había alguna retando los instintos básicos.
Después de admirar por minutos la pasarela de mujeres disfrazadas de porno-stars, Roberto notó que la mayoría de los novios o tipos que acompañaban a las guapas, eran —y tenía razón— güeyes que se veían en desventaja estética en comparación a sus acompañantes. O como dijo mi amigo: "Cabrones por los que no das un peso. Mira a ese gordo con la Porrista, mira a ese pelmazo con la Mucama, a ese nerd con la Enfermera...".
—¿Pero sabes por qué andan con ellas? —le pregunté.
Roberto negó con la cabeza.
—Por pendejos como nosotros que no les hablamos.
Frente a la barra, justo entre un transgénero de casi dos metros y un grupo de gays sin camisa, vi las piernas largas de la chica de peluca azul. Aunque mi cerveza estaba casi llena, me acerqué a la barra para pedir otra (pretexto de cobarde). Una vez en la barra podía ver la peluca azul con el rabo del ojo. Estaba a mi lado y me acobardé. Ni si quiera pude voltear a ver detenidamente su rostro. Lo único que conseguí fue tener dos cervezas frías en la mesa.
El bar cada vez estaba más lleno y eso complicaba la ruta al baño porque cada minuto había más gente sin ropa, y no precisamente mujeres guapas, en la pista. Mientras me aguantaba las ganas de orinar, una joven de abrigo negro fue detenida por una fotógrafa y cuando posó, abrió el abrigo y el flash iluminó su cuerpo y su lencería.
Supuse que era de esas mujeres que son tan bellas que intimidan y que, por ende, casi todo el tiempo están solas. Así que después de aliviar el dolor de mi vejiga y de otras cuatro cervezas, para agarrar valor, me acerqué a ella. Me dijo su nombre y que era actriz y edecán. Varios tipos me miraban mientras trataba entablar conversación con la actriz, que para este momento ya no tenía el abrigo.
Después de preguntarle a una mujer su nombre y si ella no te devuelve la pregunta, al menos por cortesía, eso significa que no quiere nada contigo.
Ella no me preguntó como me llamaba (¡hasta duele escribirlo!).
Durante esa corta conversación, que más bien parecía entrevista, pues yo preguntaba y ella se limitaba a contestar cual Diva del cine mexicano, me dijo que había protagonizado un cortometraje que lo habían trasmitido en Espacio 2007, la convención de estudiantes de comunicación organizada por Telerisa. La única pregunta que me hizo, en tono arrogante, fue “¿a poco no lo has visto?”.
Bueno, fue suficiente megalomanía por una noche, pensé, y dije adiós. Los sujetos de alrededor sonrieron cuando me despedí de ella y me vieron regresar derrotado, pero por supuesto, ninguno de ellos se acercó después de mí. El resto de la fiesta la vi bailando con su grupo de amigos gays de la manera más sensual para seguir siendo el centro de la fiesta.
Y jódanse si piensan que éste es un comentario de ardido, pero: con mejores he andado. Hace unos meses en Bogotá, bailaba rumba con una rubia —pechos firmes rellenos de silicón— que era exponencialmente más bella que esta actriz de cortometrajes de convenciones universitarias. He reflexionado mucho tiempo respecto a la petulancia de las mujeres bellas mexicanas y creo que ésta se debe a que no existe una competencia real. Aquí son tan pocas las mujeres guapas —en comparación con otros países— que por lo tanto el número de pretendientes que tienen las hacen sentirse sobrevalorados. Que se vayan a Colombia y ya verán.
(Sé que esta última párrafo acabo de ganarme un sin número de enemigas y, seguramente, muchos comentarios cuestionando mi apariencia y calidad como hombre, pero la verdad es que me importa un carajo.
Yo escribo esto para darme gusto a mí… y ya. ¿O a poco no recuerdan que soy un egoísta cínico?).
Pero volviendo a la crónica nocturna, debo narra que media hora después, en mi ruta al baño, mientras esquivaba torsos desnudos, me encontré de nuevo a la joven de peluca azul. Al estar a su lado le sonreí y le dije hola. Ella me dijo su nombre, pero por la maldita música no alcancé a escuchar.
—¿Con quién vienes? —casi le grité al oído.
Ella señaló a su amiga, a quien tomaba de la mano; alcé los hombro y puse cara de qué-bonita-estás-y-qué-lástima-que-vienes-con-tu-novia.
¡Strike dos de la noche!
Al regresar a la mesa, mi sorpresa fue que la Enfermera, que vi al principio, estaba a un costado de mis amigos. Le dije a Edmundo que tenía que presentármela. Ella, junto a sus dos amigas, la Arbitro y la Mucama, platicaban con otros dos sujetos.
La Enfermera dijo que ahora todos los hombres guapos eran gays. Edmundo aprovechó el comentario y le dijo que era cierto y le hizo un ademán como diciéndole mírame, soy la prueba de ello. Otro megalómano, pensé, pero me impresionó su seguridad.
Empezó a platicar con ellas y no tardó en sacar a flote que es reportero del periódico más elitista del país y le entregó su tarjeta de presentación.
Su grupo de amigos y el mío se mezclaron, como debería de suceder —no entiendo a la gente que no conoce nueva gente en los bares— y después de varias cervezas, muchas platica y fotos, terminé platicando con la Enfermera, quien, por cierto, me dijo que estudiaba medicina. Charlamos como quince minutos y cuando llegó el momento de irnos del bar, le dije que la quería volver a verla.
Después de invitarla a salir y pedirle su número telefónico, me dijo que no creía que a su novio le fuera a agradar eso.
—No importa, dame tú número y si quieres te marco cuando terminen.
No sé cómo se me ocurrió decir esta pendejada, pero lo cierto es que ella rió y me dijo: "Ok, apunta: 55-14…". De pronto sentí unas palmadas, nada amigables, sobre mi hombro. Era uno de sus amigos.
—Qué pasó aquí, ya estás acosando a mi amiga —me dijo el gordo al oído.
Es un país inseguro en el que vivimos y para qué arriesgarme a averiguar si este obeso era un simple ardido o un narcotraficante que no se iba a tentar el corazón para llenarme de plomo.
Eso sí, lo miré a lo ojos y le puse la sonrisa más cínica que me caracteriza.
Guardé el celular y abracé a la Enfermera para despedirme.
—Tu amigo ya se puso pendejo —le susurré al oído.
—Pero no vengo con él.
—No me quiero meter en problemas, si en serio quieres darme tu número mándale un correo a Edmundo, ¿va?
Al salir del bar, nos fumamos un cigarro y Edmundo me recordó que hace una semana hicimos dos años en el periódico.
—Let's hug it out, bitch —me dijo, haciendo referencia a una escena de la serie Entourage que tanto nos gusta.
Nos abrazamos. Después me dijo, como me lo ha repetido desde hace casi un mes, que tenemos un plática pendiente. Y sí, es cierto.

1 comentario:

  1. KAAAMARAS carnal!!! Se te va el avión con tus relatos pero estan a todo dar, te agrego al blog, date un rol por ahi cuando puedas, igual encuentras algo que te lata.
    Acá andare dandome un rocanrol de vez en vez, un abrazo!

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La cita del mes:

"Si me preocupara por lo que le interesa a la gente, nunca escribiría nada",

Charles Bukowski.