domingo, 8 de febrero de 2009

Amor en Las Rocas (parte 2)


Sábado

Horas más tarde, Jenn me despertó para darme una sorpresa.
—Mi tía se fue a Ensenada. Hazte para allá. Arre, apúrate que hace frío —me dijo Jenn, mientras levantaba la sábana para acostarse a mi lado.
Si eso no era la felicidad absoluta, se le parecía mucho. A su lado, este sentimiento idílico daba la impresión de ser posible.
Me abrazó por la espalda y empezó a besarme la cara. Afuera se escuchaba cómo su hermana preparaba el desayuno. Vi mi reloj y me di cuenta que ya era medio día.
Me di una ducha muy rápida y cuando fue el turno de Jenn, encendí la laptop para escribir frases cursis y sinceras de la que cualquiera se podría burlar y, aún así, no me importaría.
Más tarde, mientras escribía, Jenn se acercó hasta mí y —como si el destino ahora sí fuera el guionista de una película de amor—, se sentó a mi lado, miró un segundo la pantalla y me plantó un beso que germinará toda la vida en mis labios.
Casi me hizo llorar y me sentí como la versión mexicana de Hugh Grant, perfecto para protagonizar una comedia romántica.
Llegamos al resort Las Rocas a las tres de la tarde. Debido a los bajos niveles de turismo (los gringos tenían miedo de venir por las ejecuciones del narcotráfico), nos dieron una junior suite por el precio de una habitación estándar. Ésta era amplia, al igual que la cama (de la que casi no salimos) y la sala (en donde bebimos y comimos como reyes) y la televisión (que no prendimos un segundo durante los dos días) y el baño (en el que desperdiciamos litros de agua en la tina llena de burbujas).
Cuando le di la propina al tipo que nos subió las maletas, miré que Jenn estaba en la cornisa contemplando el paisaje marino. Me acerqué, la abracé por detrás y le dije que lo habíamos logrado.
Ella me pidió que le diera la mano y se subió a la cornisa. Le pregunté que si estaba loca o quería morirse.
—No, no tengo pensamientos suicidas, me gusta mucho la vida —respondió sonriendo—. Pero siempre me ha fascinado esta sensación de estar al filo. Es muy intensa —y cuando terminó de decir esto, soltó mi mano y yo la envidié por no tener las agallas que ella tenía para experimentar la vida de esa manera tan directa y encarnada.
Yo estoy atado a los planes, a lo material (ropa, auto, casa), a lo seguro y común. En resumen, al maldito estereotipo de vida de cualquier occidental que quiere ser exitoso bajo cánones ya establecidos, en vez de crear sus propios.
La contemplé unos segundo caminando por la cornisa del tercer piso de nuestra suite hasta que decidió saltar a mis brazos y después, entre beso y beso, nuestras mentes se fueron olvidando del mundo hasta que volvimos a nosotros mismos, sudados, jadeantes y desnudos sobre la cama.
Me dio una tranquilidad tremenda no sentir esas ganas de vestirme y salir huyendo después de la intimidad. Al contrario, con Jenn sentía una necesidad casi cursi de que ella me abrazara. Así estaba, entre sus brazos, acostado sobre su pecho y escuchando su corazón, cuando se me ocurrió —aunque la hora no me importaba en lo más mínimo— echarle un vistazo a mi reloj. Marcaba las cinco de la tarde.
—Desde ayer estás viendo tu maldito reloj cada que puedes. ¿Tienes un cita o qué?
—No, claro que no —le contesté con una sonrisa a medias y le di un beso—. Es solamente algo que hago automáticamente. Es casi como parpadear.
—Pues dejarás de hacerlo. Ya deja de estar atado al tiempo, yo por eso nunca uso reloj. Cuando quiero saber qué hora es le pregunto a alguien.
Jenn tomó mi muñeca derecha y me quitó el reloj.
Por un momento me dio miedo que lo aventara por la cornisa y éste se hiciera añicos al impactar el suelo (es capaz). Al mismo tiempo tampoco pude evitar acordarme de Paloma por un instante, ya que ese reloj había sido un regalo suyo cuando estaba entrenando para un maratón.
Me pregunté qué sería de su vida y deseé que fuera tan feliz como lo era yo en ese momento.
Pero para mi fortuna, Jenn sólo lo guardó en su bolso de mano. Y me dedicó una mirada típica de la maestra que le acaba de quitar el Gameboy al niño y le advierte que sólo se lo devolverá al final del día. Fue raro ver y sentir mi muñeca sin mi reloj y, a lo largo del fin de semana, tratar de adivinar la hora por la intensidad de la temperatura.
Cuando el sol caía y la línea en la que se mezclan el mar y el cielo era de tonos violetas, azules y naranjas, Jenn y yo salimos a la terraza para tomarnos unas fotos y, aunque tenía pensado darle un pequeño obsequio más tarde, durante la cena, le dije que no podía esperar más.
—Te tengo un pequeño regalo —Sonriente, ella me miró como buscando una excusa (al menos eso pensé) y antes de que dijera algo, bromeé—. No te sientas mal si no trajiste nada para mí, no era necesario.
—No, no me siento mal. Te regalé mi virginidad, ¿qué más querías, Totto? —contestó sonriente y me dio un pequeño codazo en el abdomen.
Los dos reímos y Jenn me fascinó tanto que me sentí una persona ordinaria a su lado.
Cuando le di el obsequio, que era un diario lindísimo que me regaló mi padre muchos años atrás y en el que jamás escribí, ella me agradeció y se soltó a llorar como una niña de cinco años.
—No, no llores, por favor. Quiero que seas feliz.
—No te preocupes. Son lágrimas de felicidad. Me has hecho el día con este detallito.
Jenn se disculpó, tomó su bolso, pero antes de dirigirse al baño me dio las gracias otra vez y también un beso tierno. Supuse que se había ido a secar las lagrimas y a retocarse el delineador. Me quedé en silencio contemplando cómo el sol se ahogaba en el mar y bebí lentamente de mi vaso de vodka con jugo de uva.
Escuché cuando abrió la puerta del baño y la vi fumando un cigarrillo, pero cuando aspiré el humo reconocí el olor a mariguana. Jenn me ofreció y yo fumé gustoso y retuve el humo en mis pulmones por el mayor tiempo posible, esperando con ansias que el THC hiciera un efecto rápido en mí.
Me recosté varios minutos sobre sus piernas mientras los últimos rayos de sol iluminaban nuestros rostros de manera miedosa. Y en un arranque me paré, fui al baño para encender la tina y vertí todo el jabón espumoso. Me quité la ropa y regresé hasta la sala en donde Jenn estalló en carcajadas al verme caminando desnudo en su dirección.
—Si no son tachas lo que te metiste —bromeó.
—Me gusta estar desnudo, sabes. Además, no siento pudor alguno cuando estoy contigo.
Volvimos a fumar y nos quedamos callados por un instante hasta que recordé que la tina se estaba llenando. Entonces, me dio un temor súbito al pensar que el agua podría estar saliéndose de la tina y arruinando la alfombra. Prendí las luces mientras Jenn se reía de mí al ver cómo movía el trasero rápidamente hacia el baño.
Me sentí tranquilo de que el agua no hubiera inundado la habitación, pero noté que estaba fría. Jenn entró al baño y se empezó a quitar la ropa para meterse, pero le dije que el agua estaba helada. Me acerqué para verificar las llaves e hice un berrinche.
—Jenn, ¿por qué no se calienta el agua si abrí la llave que tiene marcada la letra C, de calientita?
—Eres un tonto —gritó y se dobló de la risa.
Entonces miré otra vez las llaves y noté que la otra tenía marcada la letra H y entendí que estaban en inglés. Entonces, me uní a la carcajada de Jenn y pensé que estaba muy pacheco o era un naco de campeonato.
Abrí la llave de agua caliente (hot!), pero de pronto empecé a tener un mal-viaje. Pensaba que alguien podría entrar y tratar de aprovecharse de nosotros, así que salí a cerciorarme de que la puerta tuviera puesto el seguro. Volví con Jenn y minutos más tarde empezó a rondar por mi cabeza la posibilidad de que tal vez había una colilla tirada sobre la alfombra de la sala y que corríamos el riesgo de morir calcinados. Le dije que iba a la sala por más vodka, pero si ella hubiera salido, no se habría topado conmigo sirviéndome desnudo un vaso de alcohol ruso, sino tirado en cuatro patas buscando una colilla encendida sobre la alfombra, como si fuera un perro del departamento de bomberos entrenado para evitar una tragedia.
Patético.
¿Por qué no podía disfrutar de la mariguana como al principio, cuando me hacía reír hasta por el aleteo de una mosca o me ayudaba a diferenciar perfectamente cada uno de los instrumentos de las canciones que escuchaba mientras fumaba? ¿Por qué?
Antes de volver al baño, en donde estaba Jenn, cerré con seguro la puerta de cristal que daba hacia el balcón.
—¿Y el vodka? —me preguntó desde la bañera, donde su cuerpo sólo estaba cubierto por espuma y agua.
—Cambié de parecer. Ya no quiero beber más.
—Pues qué curado, te tomaste mucho tiempo para decidir si ibas a beber o no. ¿No crees?
—Si, supongo que sí.
Gradualmente volví a la calma y empecé a experimentar una etapa distinta de la droga en el que me dio por hablar y hablar y hablar. Jenn me escuchaba muy atenta. Incluso le declamé de memoria unos poemas de Pablo Neruda y Jaime Sabines que hacía mucho no recordaba.
Ella me dijo que nunca nadie le había declamado poesía. Traté de recordar si en el año y medio en que tuvimos una relación a distancia alguna vez le leí algún poema, pero no se me vino una escena como esa a la memoria. Qué poco romántico había sido.
—Pero sí te canté trova y te toqué la guitarra —dije a modo de compensación.
—Sí, lo hiciste —respondió a secas.
—Jenn, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Lo que quieras.
—Creo que pude haber sido mucho mejor contigo, estoy arrepentido de la manera tan dolorosa que resultaron las cosas al final, pero en ese entonces yo estaba echo un caos. Tal vez por eso no pudimos tener el idilio más lindo ni tierno posible. Entonces, dime —hice una pausa dramática después de tanto preámbulo. Ella me miró con expectación—, ¿por qué me elegiste a mí para perder tu virginidad, Jenn? Pudiste haber tenido a cualquiera, ¿por qué yo?
—Es que yo no soy ni la más ni la más linda ni la más tierna, Totto.
Años atrás, Jenn jamás habría dicho semejante cosa. La notaba un tanto cínica y tenía miedo de que parte de su actitud actual hubiera sido moldeada por el mal rato que le hice pasar (porque jamás quise que formalizáramos nuestra relación a distancia). Me quedé callado, pero pensé que se equivocaba al decir que no era la más tierna, pues su manera de amar me hacía recordar aquel verso de Rubén Bonifaz Nuño que dice “tu corazón cansado de tanto darse se sigue dando”.
—Nunca quise hacerte daño. Acepto que haberme subido al carro de Tamara y dejarte plantada es algo que aún no me puedo perdonar —Jenn me mira en silencio y me pregunto si toda esta sinceridad brutal que me está dejando desnudo y con frío le importa o tiene algún valor para ella—. Sabes, hace poco leí en una novela de Richard Ford una frase que afirma que “por difícil que parezca reconciliarse con una mujer, es aún más fácil que reconciliarse consigo mismos”. Ahora la entiendo perfectamente. Perdóname, en serio.
—Es ya no importa… Lloré mucho por ti. Te odié y te olvidé. Yo debo decirte que tampoco anduve con tu amigo Omar para vengarme de ti. Fue una coincidencia enorme. Te lo juro. Mi amiga la china me decía desde hace mucho que quería presentarme a su medio hermano que vivía en el Distrito Federal, jamás pensé que en una ciudad de veinte millones de personas, él pudiera ser tu amigo.
—Me dolió saber que estabas con Omar, Jenn. Mucho. Me caló ver las fotos que te tomó y que presumiste en tu perfil de Internet. No cabe duda que el karma es un boomerang.
—Sí, no cabe duda… Sin embargo, ¿te puedo decir algo?
—Lo que quieras.
—Aunque no fue mi intención lastimarte, tampoco me incomodó que te doliera.
Esta ultima frase la sentí como un golpe bajo el cinturón. Ambos nos quedamos callados y mientras el silencio de la habitación vencía por una apabullante diferencia el sonido de las olas del mar, me alegré de ese comentario, tipo estocada-de-matador, ya que tenía camuflado un tono de revancha. En ese momento pensé que ese lugar común que dice que sólo se odia a quien se quiere es una verdad redonda.
Y después de todo, ella y yo estábamos desnudos y abrazados en una suite de Rosarito burlándonos del pasado.
—Hemos cambiado, Totto.
—Sí, creo que sí. Pero también creo que es normal... estamos creciendo.
—¿Por qué nunca me has hablado de tu ex novia? —preguntó de pronto.
—No quiero hablar de Paloma. Estoy cansado, sentimentalmente desgastado de recordar algunas cosas.
—Perdón que sea necia, pero no puedo imaginar qué les pudo haber pasado o que te pudo haber hecho para que no la quieras ni mencionar. Hace tiempo, cuando empezaste con ella parecías feliz.
Mientras ella dijo todo eso, un bombardeo de imágenes junto a Paloma empezaron a explotar en mi cerebro: Paloma y yo tomados de la mano en el cine y viendo infinidad de películas en silencio, su sonrisa plena cuando yo decía alguna ocurrencia, ella abrazándome después de mi examen profesional, nosotros felices mientras sacaba mi primer auto de la agencia, las vacaciones en Chiapas despertando a su lado y viéndola preparar el desayuno junto a mi madre…
—Sabes, Paloma ha sufrido mucho, no tuvo la mejor familia ni la mejor niñez posible —respondí, sabiendo que estaba entrando en un terreno minado del que seguro saldría lacerado y culpable, pues yo mismo me encargué de enterrar la mayoría de las bombas que después pisé—.Yo quería hacerla feliz, en realidad creía que era posible y ése fue mi objetivo por mucho tiempo: su sonrisa. Después de todo lo que había vivido, sentía que ella, más que nadie, merecía ser feliz —Jenn me miró y apretó mi mano para darme apoyo, para decirme en silencio que no estaba solo y que podía contar con ella—. Lo más terrible de todo es que terminé partiéndole el corazón. ¿Cuán canalla fui para lastimar a una mujer que ya estaba herida? Sé que ya no importa, pero te juro que jamás actué con alevosía, mi intención jamás fue partirle el corazón y provocarle tantos malos ratos al final de la relación y, sobre todo, tanto llanto mientras yo no puedo llorar por nada del mundo, carajo.
—Totto, pero aún no entiendo muy bien por qué terminaron? Estás divagando.
—Espera, es una larga historia. Seis meses antes de que yo decidiera terminar la relación por el bien de ambos, Paloma encontró mi diario y leyó con puntos y comas unas páginas en las que narraba cuando me acosté con otras mujeres al principio de nuestra relación. Recuerdo perfectamente que cuando entré a la habitación la vi llorando sobre mi cama y a su costado los diarios abiertos por la mitad. Aunque era claro lo que pasaba, estúpidamente le pregunté que qué tenía. Me vio furiosa y en silencio. Traté de consolarla, pero ella me gritaba que le daba asco, que no la tocara, que me alejara. Encendió un cigarro y, con lágrimas cayendo como cascadas desde sus ojos tristes, me pidió que se lo confesara. Yo no sabía porque quería oírlo cuando ya lo había leído todo. Fue terrible. Le decía que lo sentía demasiado, que estaba arrepentido y ella se enfurecía porque aunque mi cara era de angustia, no soltaba ni una lágrima. ¿Pero tú de qué estás hecho que no lloras?, me gritó.
—Pobrecita ella… y tú qué hijo de puta fuiste.
—Sí, lo sé. Todo esto que te estoy contando me hace sentir feo y asqueroso.
—¿Quieres que siga?
—Pues ya empezaste, ahora termina.
—Ok. Me pidió que la llevara a su casa. Afuera ya había oscurecido. Cinco minutos antes de llegar a su hogar me ordenó que me parara por unos cigarros. Lo hice, pero cuando regresé al auto con los tabacos, ella ya se había ido. La vi caminando por la acera, alejándose en la oscuridad. Corrí hacia ella para suplicarle que se subiera al auto, que me dejara llevarla a su casa, que si así ella lo quería nunca más me volvería a ver. Ella seguía caminando. Vi mi auto con las puertas abiertas y con la llave adentro. No sabía qué hacer para detenerla. Me paré frente a Paloma y la tomé por los hombros y le dije que por favor volviéramos al auto. Ella empezó a gritar que la dejara en paz, que me largara. Unos tipos al otro lado de la acera se detuvieron para ver la escena, como esperando una excusa para partirme la cara. Pero no hizo falta, de pronto todo el dolor y la furia y el llanto y la impotencia y todos los problemas de dos años y medio de noviazgo se concentraron en la palma de la mano derecha de Paloma que golpeó mi cara y me sacó de balance por unos segundos. Sentía mi rostro caliente y no por vergüenza, lo que pensara la gente que nos veía en la calle no me importaba nada. Lo increíble fue que Paloma me dio otra oportunidad unas semanas más tarde. ¿Te das cuenta cuánto me quería, Jenn? —Ella, acostaba a lado mío, asintió con su cabeza y se quedó en silencio para que yo siguiera con mi exorcismo personal—. Lo peor de todo es que yo jamás me perdoné y me di cuenta que Paloma no era para mí, aunque era en muchos sentidos la mujer que siempre había querido: bella, por dentro y por fuera; culta: leía, hablaba francés e inglés; cariñosa y leal, sabía que sería buena mujer y mejor madre; inteligente, podía confiar en ella y sus puntos de vista respecto a mis textos siempre me ayudaban mucho... En fin, todo parecía perfecto y yo me encargué de estropearlo todo. Seis meses después de aquella vez en la que leyó mis diarios, decidí que jamás le iba a poder dar la felicidad que ella merecía y decidí dejarla y desde entonces no hay día en que no piense en ella y me vea tentado a llamarla, pero me resisto y me digo que tengo que ser fuerte para que ella se olvide de mí para siempre. Ya está, lo dije, soy un maldito que se tropieza con su felicidad porque él mismo arrojo piedras en el camino.
—Totto, lo que tienes que hacer por tu bien es aceptar que fuiste un canalla con Paloma y seguir adelante.
—Pero si lo sé, Jenn... sé que fui un canalla.
—Tú lo has dicho, lo sabes, pero es muy distinto que lo aceptes. Sólo así vas a dejar de cargar esa culpa que te está deprimiendo. ¿Es que no te das cuenta de los ojos que tienes? Se te nota a distancia que estás jodido por dentro.
Las palabras de Jenn me estremecieron y me sentí afortunado al saber que dormiría junto a ella, seguro de mí mismo.
Jenn era el ancla a la realidad que tanta falta me hacía.

3 comentarios:

  1. Hola.

    Llegué por casualidad a tu blog y me pareció muy interesante y entretenido.
    Tienes talento. No dejes de escribir que estaré al tanto.

    Mónica, Ciudad de México.

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  2. Gracias por el comentario, Mónica.

    Me da un gusto enorme que te haya gustado. Y no te preocupes, seguiré escribiendo (eso es cosa segura).

    Totto.

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  3. Me ha provocado una autentica catarsis tu relato, en verdad en una entrega hecha con las fibras mas sensibles del alma.

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La cita del mes:

"Si me preocupara por lo que le interesa a la gente, nunca escribiría nada",

Charles Bukowski.