domingo, 8 de febrero de 2009

Amor en Las Rocas (parte 1)


Tú bien sabes que nuestro primer beso fue tan corto que dura todavía.

Edel Juárez, Fíjate dónde caminas.

Viernes por la noche
La vi sonriente junto a su hermana en la sala de espera del aeropuerto.
No sé por qué caminé demasiado serio hacia ella, esforzándome mucho por disimular la alegría que me provocaba verla en vivo después de tres años de estar alejados.
Estúpidamente, tal vez lo que intentaba lograr con ese andar y mirada indiferente era ocultar lo vulnerable que estaba y disimular cuánta falta me hacía que alguien, después de tantos viajes, fuera a esperarme al aeropuerto.
Jenn me abrazó y me dijo que le daba mucho gusto verme. No hacía falta que me lo dijera, se le notaba. Su hermana me saludó y me dijo que aunque me dejó de ver cuando yo tenía como siete años, aún conservaba mis facciones características.
Bueno, su explicación fue más simple:
—Tienes los mismo ojitos nostálgicos que cuando eras niño —dijo Beatriz.
De pronto apareció Carlos y su esposa Sandra, amigos míos del periódico que, coincidentalmente, estaban de visita en Tijuana para realizar la última entrevista de un libro de gastronomía en el que estaban trabajando.
Atrás de ellos venían Armando (fotógrafo) y Teresa (mi mejor amiga del periódico y reportera de la sección de turismo) tomados de la mano. Eso significaba que ya eran novios y me dio un gusto tremendo por los dos.
Se merecían el uno al otro.
Presenté a Jenn y a Beatriz a mis amigos y, como habíamos planeado, treinta minutos más tarde ya estábamos bebiendo en un bar. Jenn bailaba sola y aún no estaba ebria; me impresionaba su seguridad y lo libre que era. Verla así simbolizaba una sobredosis de vida.
Me gustaba.
Me acerqué y le dije que cuando se regresara a vivir a Chiapas con su mamá, en un mes, como me había dicho que tenía planeado, que no dudara en hacer una escala en el Distrito Federal.
—Ok, aquí te va la primera noticia de la noche —me dijo al odio y yo respiré su aroma dulce—. No me voy a ir, me voy a quedar a vivir aquí. Ya no pienso estar errante como lo he hecho toda mi vida. Aunque me gusta siempre ser la nueva, ya tengo que establecerme.
—Suena lógico, pero me hubiera quedado más tranquilo si te hubieras mudado a Chiapas con tu mamá. Tijuana no me gusta para ti.
—Aquí nací, Totto, es mi ciudad y me gusta. Acéptalo —Jenn hizo una pausa, me miró y después besó mi mejilla derecha—. La otra noticia te la digo más tarde.
Le dije que sí tratando de parecer paciente, pero mi mente, como si fuera una locomotora, empezó a mover todos sus engranajes.
La duda ya estaba sembrada en mí y crecía lenta, paciente, como coral.
—Sabes, cuando salí del avión vi en el aeropuerto a un labrador como Draco, ¿te acuerdas de él?
—Sí, cómo no, tan chulo que era, pero cállate, no me hables más de perros porque en el aeropuerto estaba cagada de miedo porque pasaban cerca de mí y traigo un churro en mi bolsa.
Me eché a reír como un niño.
Después, aproveché que Jenn empezó a hablar con Teresa y fui al baño. Era viernes por la noche y el bar no estaba tan abarrotado como pensé que estaría. Los efectos colaterales de la violencia y la crisis se notaban en ese lugar.
Al abrir la puerta del baño, un sujeto alto y gordo me gritó en la cara.
—Qué pedo, vato, ¿quieres perico?
—No, gracias.
—Pues a la chingada, pendejo —me dijo con acento norteño.
Ok, ahora ya me siento en Tijuana, pensé. La diferencia entre el sistema de distribución de droga entre el DF y este lugar es que allá los clientes buscan su “soma” tratando de pasar inadvertidos; en cambio aquí, ésta es ofrecida a cualquiera sin pudor social alguno.
Es tan simple como vender cigarrillos en la calle.
Una hora más tarde estábamos en otro bar en donde sonaba salsa, cumbia y música norteña. La botella de ron ya estaba a la mitad y todos bailábamos y reíamos como si de ese momento dependiera el curso de nuestras vidas.
Intentábamos olvidarnos de todo y ser felices.
Pero, como afirmó Cortázar, el destino siempre tiene una manera de romper los planes a la mitad y, de súbito, Jenn se acercó para confesarme que tenía novio. Y yo, en medio del estruendo de la música y el bullicio de todas las personas presentes, sufrí en silencio tratando de aparentar indiferencia ante la mirada sincera de Jenn.
Ella, quieta, analizó mi reacción. Y en ese momento pensé que hubiera preferido no saberlo ⎯al menos eso hubiera hecho yo en su lugar, omitir la realidad (que es un buen símil de la mentira)⎯, pero ella sí tuvo el valor necesario y la dosis suficiente de romanticismo como para soltarme la verdad a manera de bofetada.
Le dije que no importaba, pero mientras miraba sus ojos grandes de caricatura japonesa, pensaba en todos los puntos negativos que sumaría a mi karma a lo largo del fin de semana. Parecía como si la constante de mi vida tuviera que ser representar esa esquina incómoda de un triángulo amoroso, el amante.
Maldije mi suerte y seguí bebiendo. Tenía que ser fuerte, cínico, si quería ser feliz.
Ella intentó hablarme de su novio. Me dijo que lo quería mucho y yo le creía porque sé que la fidelidad es una regla social y no una verdad absoluta. Sin embargo, tampoco me hubiera gustado estar en los zapatos del otro tipo, lo acepto.
Antes de que siguiera, le puse un dedo para sellarle los labios y le dije que mientras menos supiera de su novio, sería mejor.
Todo sucedió demasiado rápido porque cuando me di cuenta, unos amigos de Jenn ya estaban sentados en la mesa y brindábamos de vez en cuando aunque no sabía sus nombres.
Al salir del bar, Jenn, su hermana Beatriz y yo nos subimos a la camioneta de uno de sus amigos. Teresa y Armando me desearon suerte y se fueron a su hotel.
Yo estaba borracho y lo único que quería era dormir. Finalmente llegamos a la casa de la tía de Jenn y vi el alba por unos instantes.
—Jenn, quédate a dormir conmigo. No quiero acostarme solo. Quiero que me abraces hasta que me duerma, por favor —supliqué como un niño después de ver El Exorcista.
—No puedo, Totto. Le dije a mi tía que eras un primo lejano que venía a visitarme. No me va a creer si nos ve juntos. Mañana, cuando lleguemos al hotel que está en Rosarito, te prometo que te abrazo toda la noche.

Continuará...

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La cita del mes:

"Si me preocupara por lo que le interesa a la gente, nunca escribiría nada",

Charles Bukowski.