lunes, 15 de diciembre de 2008

Historia de amor lejano

El caso es que hay cosas que deben decirse
aun a riesgo de parecer patéticos.
Manuel Pérez Subirana, Lo Importante es Perder.

Mi primer recuerdo de Jenn se remonta cuando yo tenía siete años, tal vez.
Ahí estaba esa niña de ojos enormes en mi casa, pasando unos días con nosotros mientras sus padres intentaban arreglar sus diferencias maritales, mismas que concluyeron en un divorcio que provocó que Jenn se mudara a Tijuana con su madre y yo no la volviera a ver por más de una década.
Mientras estudiaba la universidad, regresé al pueblo de vacaciones y la novedad era Jenn; muchos querían andar con ella y no sólo porque fuera La Nueva, sino por su belleza rara. Yo siempre le dije que con esos ojos parecía una caricatura japonesa y ella reía tiernamente.
No sé si sepan, pero en los pueblos, el parque es el lugar en el que suceden las cosas y fue ahí en donde ella y yo nos volvimos a encontrar.
Pero aunque nuestras miradas se cruzaron, no fue hasta varios días después cuando innecesariamente alguien nos presentó.
Regresé a la Ciudad de México y Jenn y yo seguimos en contacto por Internet. Iniciamos una relación epistolar moderna que consistía en correos electrónicos diarios y largas charlas por teléfono que gradualmente fueron adquiriendo los matices de una hot line.
Nos volvimos a ver hasta mis siguientes vacaciones, cuatro meses después, en la navidad del 2004.
Recuerdo que desde la secundaria, muchos de mis amigos deseaban una mujer virgen de la misma manera en la que un cazador intenta colgar la cabeza de la gacela en la pared de su hogar.
Mi afán jamás fue ése. Para mí, el hecho de que una mujer estuviera dispuesta a compartir su cuerpo conmigo se me hacía un regalo suficientemente valioso y por eso no me obsesionaba por la virginidad-trofeo, como le pasaba a la mayoría de mis amigos.
Sin embargo (y jódanse si piensan que soy cursi), Jenn me regaló su virginidad y me hizo sentir el hombre más especial del mundo.
Nuestra relación intermitente, que jamás fue un noviazgo porque yo estaba empeñado en no tener una relación a distancia otra vez —dolido aún por la infidelidad de mi ex novia, quien me cambió por el primo de mi mejor amiga semanas después de irme a estudiar a la Ciudad de México— duró casi dos años.
Debido a la cercanía entre Jenn y yo, nuestras madres volvieron a entrar en contacto e incluso compartimos una Navidad juntos. Uno de mis mejores recuerdos fue despertar toda esa semana escuchando cantar a Jenn.
Durante esos días la felicidad parecía posible, pero yo me encargué de poner el mundo de cabeza y sabotear la belleza de nuestra historia: me encontré a mi ex novia en la calle, ella me invitó a subir a su auto y escribir lo que sucedió después resultaría una obviedad innecesaria. Naturalmente, como en todos los pueblos, el chisme corrió como pólvora y Jenn prefirió pasar los últimos días en casa de sus primas. Mi madre, muy apenada por lo que yo había hecho, me dijo que esa noche había escuchado llorar a Jenn.
La traición y el daño fue un peso que cargué durante mucho tiempo, y tal vez el karma sí existe (eso explicaría mi actual soledad de perro pateado). En fin, nos guste o no estás son las reglas del juego y de cualquier modo creo que vivimos inmersos en una cadena de desamor interminable, es decir: A ama a B, pero B no puede enamorarse de A porque desea a C, que a su vez no corresponde al amor de A porque quiere locamente a D. Así, la formula se reproduce hasta el infinito, pero siempre bajo un mismo denominador común (la infelicidad) y dos constantes (ser víctimas y victimarios).
Meses después, al enterarme que Jenn —en todo su derecho, claro— se había liado con un fotógrafo, amigo mío, que vivía en el Ciudad de México, caí en una depresión de cementerio.
¿Fue esta una revancha del destino o un mensaje hiriente de ella en el que me hacía saber que otra persona, que vivía en la misma ciudad que yo, sí tenía los pantalones para intentar una relación a distancia?
Me enteré que mi amigo se fue a Chiapas a verla cuando Jenn empezó a subir fotos que él le había tomado. Irracionalmente, sentí un embate de celos y me mordí el corazón porque pensaba que lo merecía.
Durante casi un año, ella y yo nos volvimos dos extraños nuevamente. Me costó mucho trabajo que me perdonara, pero ahora somos dos buenos amigos que hasta bromean con la posibilidad de compartir una vida juntos en el futuro.

Jenn dice:
Ando muy aburrida.
Totto dice:
Yo estoy muy feliz porque podré pasar el fin de año en Chiapas, con mi familia.
Jenn dice:
Que bueno, te envidio… Imagina que voy a tu casa el 31 por la noche (como cuando llegué de sorpresa a tu fiesta hace algunos años y pasamos toda la noche juntos).
Totto dice:
Creo que con una sorpresa así me pongo tan feliz que te planto un beso y después me disculpo.
Jenn dice:
¿Qué onda con tu comentario?
Totto dice:
Oye, soñar no cuesta nada. Por eso cuando tengamos 40 años te pediré que vivamos juntos. Podríamos tener una casa en San Cristóbal con un jardín grande y un huerto de tomates.
Jenn dice:
Todo suena bien, menos lo de los tomates.
Totto dice:
Bueno... un huerto de manzanas o de higos también puede funcionar.
Jenn dice:
Sí, algo más chic.
Totto dice:
Nos olvidaremos del auto y andaremos por todos lados en un motoneta.
Jenn dice:
¿Pero por qué motoneta?
Totto dice:
Ok, una bicicleta para no contaminar.
Jenn dice:
Ándale. Eso me agrada más.
Totto dice:
Te despertarás siempre oliendo el café hirviendo y escuchando mis sonidos torpes de cocinero malabarista mientras preparo el desayuno. Además, cuando haga frío te besaré los pies.
Jenn dice:
Suena interesante; sigue, ya me estás convenciendo.
Totto dice:
Ah, tendremos un perro labrador (y este punto no está a discusión).
Jenn dice:
¡Muy bien, siempre y cuando tú te hagas cargo! (y esto no es un comentario, sino una amenaza). ¿Pero dime qué más?
Totto dice:
En la casa no podrá faltar mi biblioteca llena de libros con olor a viejo. Ofreceremos comida y vino todos los fines de semana para nuestros amigos. Tu cantarás y yo tocaré la guitarra, y por las noches iremos a bailar y a escuchar música.
Jenn dice:
¡Oye, pero tú ya lo planeaste todo y ni me consultaste nada! ¿Qué tal si yo tengo otras cosas en mente? Nunca imaginaste que tal vez, por las noches, en vez de ir a un bar para escuchar blues o jazz, yo quiero hacer otras cosas?
Totto dice:
Ok, perdón. A tu favor me faltó decir que seré un mandilón enamorado que hará caso a todo lo que tú digas. Serás la dueña del control remoto y podrás ducharte primero que yo. También lavaré los platos y fregaré los pisos mientras me contemplas sonriente desde la sala.
Jenn dice:
Perfecto, pero todo eso lo tendrás que hacerlo en calzones, ja. No, para nada, no me creas. Lo único que me gustaría es ducharme después que tú: sabes que soy muy floja y, además, me gusta que el baño ya esté calientito. Eso te lo voy a gradecer mucho.
Totto dice:
¿Y cómo?
Jenn dice:
Como yo crea conveniente.
Totto dice:
¿Te parece bien con postres caseros?
Jenn dice:
Sí, postres hechos con mucho amor (entre otras cosas).
Totto dice:
Perfecto, te adelanto que me gusta el chocolate líquido (si entiendes lo que digo).
Jenn dice:
(Entiendo perfectamente).
Totto dice:
Ok, no hay duda: somos el uno para el otro. Nos vemos cuando cumplamos 40 años.
Jenn dice:
Hasta entonces.

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La cita del mes:

"Si me preocupara por lo que le interesa a la gente, nunca escribiría nada",

Charles Bukowski.