jueves, 25 de diciembre de 2008

Corazón de piedra

Sentía dentro de mí una odiosa mezcla de violencia,
agresividad, lujuria, sadismo y necesidad de alcohol.
Pero también sentía que mi corazón se endurecía.
Era lo que yo quería: tener un corazón de piedra.

Pedro Juan Gutiérrez, Carne de Perro.

De qué sirve una casa linda, minimalista, cuando todo está estático y el único indicio de vida y cariño proviene de mi perro Schnauzer, a quien aunque acaricio no puede entender que mi siento solo y que llevo horas esperando que suene el teléfono o, peor aún, conectado al Internet y aguardando inútilmente que alguien —mediante una charla virtual— me salve de este silencio que no hace más que subrayar la soledad de este 25 de diciembre.
Intenté autocomplacerme, pero caí en cuenta que hay que ser estúpio, como yo, verse en la necesiad de masturbarse con ayuda de un filme porno para así tratar de deslizarse de las garras de la soledad. No, no funionó.
Hace unas noches me sentí la persona más jodida de esta ciudad. Estaba solo en casa (mi prima ya se había ido de vacaciones para reunirse con nuestra familia en Chiapas) y padecía, sin duda, la peor gripa de mi vida; el maldito Afrín no funcionó y no podía respirar por ninguna de mis dos fosas nasales, por lo tanto mi garganta estaba lastimaba por todo el aire frío que recibía en cada bocanada. Sentía que los ojos me ardían mientras tiritaba de frío. En resumen: estaba jodido y solo, sin alguien que me pasara una maldita aspirina.
A media noche desperté temblando y empapado en sudor. Tenía 39.5 grados de temperatura y, prefiriendo una pulmonía a quedarme loco por los efectos de la fiebre, me di un baño de agua casi helada. Mientras el agua recorría mi espalda sentía cómo mi cuerpo se llenaba de furia. Tenía ganas de golpear algo o alguien. Tosía. Extrañaba a Paloma, pero me odiaba por eso. ¿Qué clase de persona era yo para necesitarla cuando peor me sentía y, sobre todo, después de haberle roto el corazón? Mientras sentía los latigazos del agua fría sobre mi cuerpo, deseaba poder abrazar a mi madre y llorar como niño.
De pronto me di unas cachetas mentales y me dije que ya estaba grandecito y que había cosas que un hombre tenía que atravesar solo.
Aquella experiencia, ahora viene a mí como pequeños flashbacks que no puedo acomodar en el tiempo y espacio; todos esos momentos han adquirido una especie de vaguedad. Como los traumas que la mente bloquea para que podamos seguir adelante con nuestras vidas.
Fue intenso, igual que el silencio que he soportado durante estas horas. Hoy, si fuera poeta, escribiría un soneto en el que la Navidad rimara con la palabra soledad.
Pero como no lo soy, me consuela emplear mi folosofía estoica y decirme a mí mismo que hay cosas que un hombre tiene que soportar.

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La cita del mes:

"Si me preocupara por lo que le interesa a la gente, nunca escribiría nada",

Charles Bukowski.